Rápido, violento y muy cercano: protesta digitalizada y acción conectiva para tumbarse un golpe (1)
Un ensayo para entender lo que pasó en medios digitales durante el golpe de Merino de Lama. (esto es un borrador, que puede seguir siendo editado aquí o convertido en documentos distintos).
Los eventos
Por un semana, en el año de la pandemia, la política peruana fue conmocionada por una secuencia de eventos donde se mezcló la familiaridad con la novedad. Primero, el lunes 9 de noviembre se produjo un golpe palaciego: un grupo de congresistas maquinó, tras las sombras y sin mayor respaldo popular, la remoción del presidente, Martín Vizcarra. Luego de la toma de posesión de la oficina de la presidencia de la república por Manuel Merino de Lama —un político gris, sin mayores logros y carente de capacidad alguna de comunicación con la gente—, quedó claro que la convergencia de intereses particulares que llevó a la caída de Vizcarra iba a aprovechar el terreno para avanzar precisamente esos intereses. Iniciativas parlamentarias varias, sin orden ni concierto pero claramente pensadas para favorecerse, salían de las distintas bancadas, mientras el gobierno ejecutivo armaba con esfuerzo un gabinete ministerial que representaba a sectores de la derecha más tradicional —limeña, privilegiada, sin ideas y repleta de prejuicios en vez de argumentos— que solo llegó a proponer una medida clara: el levantamiento de la suspensión de la circulación de vehículos particulares en domingos, medida contra la pandemia.
Si bien la vacancia fue resultado de una confluencia de corrupciones, varios de los promotores de la misma guardaron silencio o se escondieron una vez que comenzaron las protestas. Esto se explica porque la vacancia fue apoyada por tres grupos distintos en el Congreso: una agrupación reaccionaria, encarnada en personajes limeños, de clase alta (o de pretensión de clase alta) que incapaces de ganar elecciones, se venían acomodando tras candidatos varios para obtener poder y reivindicar su agenda: catolicismo conservador, políticas sociales conservadoras, preservación del modelo económico sin reforma alguna.
El segundo grupo incorporaba a corruptos varios alrededor de negocios específicos: universidades de mala calidad en proceso de cierre, poderes locales de menor cuantía. El interés era particular: bloquear los cierres de universidades de mala calidad, bloquear cualquier intento de racionalización de negocios variados como el transporte público o interprovincial, favorecer el extractivismo ilegal minero y forestal, y un largo etcétera. No son un grupo articulado más allá de la defensa de intereses propios y no dialogan mucho con el primer grupo, pero la vacancia les convenía, pues les dejaba el terreno libre en el Congreso, asegurada la complacencia del Ejecutivo en funciones.
El tercer grupo fue el de los tontos útiles: la izquierda parlamentaria —con especificas y encomiables excepciones— y el partido teocrático FREPAP, lo plantearon como una lucha frontal contra la corrupción; no quisieron o no pudieron darse cuenta que lo único que hacían era entregarle el país a los dos primeros grupos.
Al poner a Merino de Lama como presidente del congreso, los golpistas dejaron en claro que el manejo del estado estaría en manos del primer grupo, con el segundo al servicio del golpe a cambio de la tolerancia a sus intereses en el Congreso. El tercer grupo, tontos útiles finalmente, quedó fuera del todo.
Políticamente, la justificación del golpe era tenue; era además la segunda intentona, y estaba claro que más allá de las razones planteadas respecto a las acciones del presidente Vizcarra, la opinión pública no sentía necesidad alguna de cambio de mando y veía con desconfianza los motivos de los promotores de la vacancia. Sumemos a eso que el segundo grupo no tenía nada que ofrecer en términos políticos como justificación del golpe de estado; mientras que el primero se envolvía en argumentos completamente inviables. La lucha anticorrupción o la defensa de los intereses del pueblo no tenían sentido alguno como argumento ante la percepción de sus acciones pasadas y presentes.
Las protestas fueron casi inmediatas; comenzaron en la misma noche del martes y fueron creciendo sin parar. No solo era una cuestión de legalidad o legitimidad en abstracto, sino que la claridad con que se estaba actuando en favor de intereses en medio de una crisis de escala existencial como la pandemia, dejó sin piso a los grupos que favorecían el golpe. Se trataba del uso formal de la legalidad para lograr objetivos políticos particulares, por parte de grupos políticos que carecen de representatividad y que son percibidos, casi unánimemente, como corruptos más allá de que puedan recibir votos en elecciones varias. Agrupaciones políticas que han intentado plantear una relación transaccional con el electorado, a través de medidas que son populares pero que no son parte de narrativa alguna (para no hablar de ideologías políticas), y que no producen lealtad entre los electores.
Las protestas no solo fueron “en redes”, ni tampoco solo callejeras. Los cacerolazos, acción común pero habitualmente limitada en su adopción, fueron convirtiéndose en contundentes poco a poco. La incapacidad política del presidente en funciones fue acompañada por la necedad ancestral del elegido primer ministro, Antero Flores Aráoz, alguien que aparte de representar a las clases privilegiadas limeñas más arcaicas, jamás ha sido un político especialmente hábil, y que ahora no parecía tener idea por qué alguien habría de oponerse al golpe palaciego.
El jueves 12 una protesta masiva a nivel nacional fue reprimida con brutalidad innecesaria por la policía, especialmente en Lima. En memorables declaraciones, Flores Aráoz dijo que “Quiero comprender que algo les fastidia, pero no sé qué”, respecto a los jóvenes, los más visibles en los espacios callejeros. Eso demostró que el gobierno no tenía claro qué hacer, y que salvo la represión carecía de alternativas.
En la madrugada del 13, luego de la masiva manifestación que fue apenas la version limeña de la misma manifestación en todo el país, aparecieron “pintas senderistas” en el centro de la ciudad: supuestas pruebas de la infiltración terrorista. Lástima que fueran, digamos, versiones libres de la hoz y el martillo (imagen 1). La velocidad con la que ese y otros montajes de estilo tradicional fueron desbaratados sirvieron para saber que el gobierno y las fuerzas represivas no sabían ya que hacer, y que el viejo repertorio no funcionaba, por la torpeza de los ejecutantes, pero también porque una maniobra así dura lo que un charco de lluvia limeño: minutos. A través de sus cuentas de medios sociales, los manifestantes demostraron que era evidentemente falso que esas mal trazadas versiones libres fueran la prueba pretendida.
En el mismo tono viral, la difusión de imágenes de brutalidad policial se combinaban con las demostraciones de completa falta de imaginación del gobierno; con la ausencia del limitado Merino de Lama, falto completo de juego político; con discusiones que dejaban a varios de los nuevos ministros en pésima ubicación — el ex marino Fernando D’Alessio escribió antes de juramentar que la marcha convocada para el 12/11 estaba siendo organizada por el MOVADEF, la organización cuasi formal de Sendero Luminoso que aboga por la liberación de sus líderes en prisión.
(imagen tomada de internet; créditos al posteador original)
Por su parte, la oposición formal no existía. La izquierda parlamentaria protestaba, sin eco alguno, respecto a ciertas medidas, luego de haber perdido credibilidad por su facilitación del golpe. Las organizaciones sindicales no respondían. Los defensores de intereses propios, aliados a los reaccionarios, no decían nada. En cambio, la protesta era espontánea, con algunos gobernadores regionales y candidatos presidenciales exigiendo medidas para el pueblo o respeto a los que protestaban, pero sin llamados a una reversión de la decisión del Congreso, y menos a un cambio de presidente.
El viernes 13 fue más tranquilo, acompañado de cacerolazos y acciones aisladas; pero el sábado 14, tras una auto-convocatoria fundamentalmente hecha por medios digitales como WhatsApp, TikTok o Facebook, la movilización fue mayúscula, en todo el país. La represión fue similarmente mayúscula, y resultó en dos muertes, y varias detenciones arbitrarias afortunadamente resueltas relativamente rápido. La escala de la protesta se reflejó en los cacerolazos: después del habitual de las veinte horas, ocurrió un segundo a las 22, luego que se supo de al menos un muerto; otro más, convocado como el de las 22 por medios sociales, ocurrió a la medianoche.
El gobierno, completamente fuera de lugar, no sabía que responder. En una segunda performance memorable por su torpeza, el premier (primer ministro) Flores Aráoz respondió a los periodistas que lo llamaron con “no sé nada, nadie me responde el teléfono”. Merino de Lama no daba la cara, y solo luego se supo que él, junto con varios ministros, se reunían en el ministerio del Interior. Al menos doce ministros renunciaron entre las 22 y la medianoche del 14, algunos expresando su desacuerdo con la represión, otros sin decir nada al respecto; la soledad del usurpador era a esas alturas, más que evidente. Luego se reveló que en algún momento los usurpadores consideraron ordenar a las Fuerzas Armadas salir a las calles, reprimir con más violencia y arrestar a los líderes de la protesta, a pesar que no hubiera tales (Gorriti, 2020). Las Fuerzas Armadas no aceptaron esa presión y en un comunicado singular, aclararon que su rol era sostener el orden constitucional y el estado de derecho; algo que nunca antes habían dicho de esa manera en una crisis política.
El silencio de Merino de Lama culminó hacia mediodía del domingo 15, cuando en un discurso tosco y poco articulado, renunció irrevocablemente “a la presidencia de la república”, cargo que técnicamente no era el correcto, pues solo estaba encargado de la misma como presidente del congreso. Aunque el Congreso no logró solucionar la situación hasta el lunes por la tarde, quedó claro que el gobierno Merino de Lama había durado menos de una semana, y había sido humillado, completamente, por la ciudadanía. Ningún actor político formal había podido tomar la iniciativa durante esos días: todo fue auto-organizado, todo fue una agregación de acciones que se acumularon hasta hacer la crisis insostenible.
(sigue en la sección 2).