Tras un año de mediocridad, la perspectiva es que la crisis manufacturada por la combinación de ejecutivo sin rumbo ni propósito y legislativo con rumbos y propósitos privados, continue rampante, con solo la protección de intereses privados como única certeza.
Pero no sorpresa la situación que vivimos: la oferta política en las pasadas elecciones iba en esa dirección, con candidatos de calidad bajísima. No fue solo las simplezas del combo Castillo / Perú Libre, sino las de candidatos como De Soto, que no tuvo vergüenza alguna en proclamar que iba a dejar la solución de la pandemia a los privados.
Ahora volvemos a lo mismo: López Aliaga se presenta como candidato a la alcaldía de Lima Metropolitana desde la derecha más conservadora, con una propuesta aún más ridícula que el “no más pobres en un país rico” de la izquierda más arcaica: que Lima será potencia mundial, ella sola, aunque el alcalde, acabará con la delincuencia y el hambre, aunque nada de eso sea su función legal.
Que un candidato presente algo así como oferta electoral sin mencionar el transporte público o servicios urbanos, es señal de completo descaro: no hay intención alguna de tomarse en serio su trabajo y de enfrentar lo que realmente es urgente. Promesas así se olvidan al momento de ser elegido y se regresa al estándar: construcciones varias, obras sueltas, y completa pasividad frente a los problemas que realmente tiene la ciudad que se busca gobernar; lo que importa es la protección de las redes de prebendas que financian campañas, a cambio de garantizar que el negocio de algunos siga incólume.
En este contexto, algo tan descabellado como la propuesta de reelección congresal es perfectamente coherente y completamente irresponsable: hace menos de cuatro años un referéndum descartó la idea con una mayoría apabullante. Más allá de razonamientos politicos y legales varios, que los interesados en la reelección se la concedan a sí mismos es puro desprecio a la ciudadanía, pues solo favorece intereses personalísimos. Hacerlo sin debate, corriendo y sin considerar el resultado de 2018, solo enfatiza que los congresistas a favor de esta medida no respetan a los que los eligieron.
En un modelo así no existe lo público: todo se reduce a un tejido de complacencias que permite a muchos privados seguir haciendo negocios sin que haya una idea de qué hacer con la ciudad, el distrito, la región o el país. En un modelo así, no hay democracia viable, puesto que los gobernantes solo se representan a sí mismos, no a la ciudadanía; los pobres, los emprendedores, la patria: nada puede sobrevivir. En un modelo así, se azuza descontentos que pueden terminar en una explosión social incontenible.