La asonada contra la Sunedu y la institucionalidad universitaria busca destruir el intento de ordenar y encaminar el sector. La coalición oportunista tras ella no busca autonomía, ni está en contra de normas concretas: se opone a un orden, con metas colectivas; al liderazgo ajeno o propio. Solo quiere que la dejen hacer su negocio.
Esto ocurre en un momento particularmente crítico: la transición pandémica. La calamidad del primer año y medio va quedando atrás, gracias a la combinación de vacunación e inmunidad por contagio. Una nueva normalidad, que será el proceso lento de pandemia a epidemias localizadas para llegar a una endemia: el coronavirus como una amenaza relativamente predecible. Pero eso tomará tiempo, medido en años, no en meses.
Pero la percepción social de la COVID como riesgo ha cambiado más rápido. Es visible en las calles: una tercera ola muy diferente no ha alterado los patrones de comportamiento colectivo. Sin duda muchos individuos miden su riesgo de otra forma, pero no son suficientes para alterar el curso de la sociedad. Es dicha percepción social permite que se pida, por ejemplo, 100% de aforo en restaurantes.
La educación superior en cambio, no articula una respuesta. Más allá de decisiones individuales, no hay ni propuestas de metas claras ni una demanda de ellas para el periodo de transición. Como del gobierno, atrapado en su propio caos, no hay mucho que esperar, son las universidades las que colectivamente tendrían que liderar la transición con claridad e imaginación, insistiendo en la urgencia de una ruta nacional hacia el regreso al campus, no como acciones de cada institución, sino como una meta, una necesidad para todos: igual que el orden que esos intereses intentan destruir.
¿Cómo reclamar por la preservación del orden actual cuando no hay respuesta ante lo más urgente e inmediato? Cualquier transición de retorno tiene que reconocer que necesitamos claridad sobre lo que queremos lograr, no solo sobre lo que se va a hacer. Eso incluye reconocer que la “virtualidad”, se ha agotado. Nos fuimos del campus porque no quedó otro remedio, con respuestas a veces buenas, a veces malas, pero fundamentalmente temporales.
Hay que volver, con cuidado y con respeto, a la educación presencial. Poco a poco se podrá ir incorporando ofertas diversificadas de educación no presencial, pero no podemos abandonar la urgencia de restablecer la vida universitaria, cuando está siendo tratada como trivial y secundaria por los intereses de los que manejan el negocio universitario; cuando se niega que la calidad es una meta colectiva y de interés nacional. Solo las universidades pueden llenar ese vacío, en la esfera pública y en sus propios campus.