Un poco de ficción política: si la reciente elección regional y municipal hubiera tenido voto facultativo, ¿cuántos habrían votado? La falta de legitimidad de las autoridades elegidas por porcentajes minúsculos de la votación se vería agravada casi hasta la imposibilidad política de gobernar; pero los elegidos actuarían de la misma forma que lo hacen ahora. La politica peruana ya incorporó a su ecuación la falta de legitimidad, puesto que hemos creado un sistema repleto de incentivos para hacer las cosas así.
Primero, la obsesión por la obra, frente a la gestión de lo público. Segundo, la no reelección. Tercero, hacer que las obras caigan, legalmente o no, en manos de aliados o financistas de las elecciones. La política siempre tiene un componente de premiar a tus partidarios e ignorar, o directamente perjudicar, a tus oponentes. Pero nuestro caso es más complejo, pues casi todos los elegidos en cargos públicos solo ven, a nivel de discurso y de práctica, la acción política como la protección de intereses particulares.
La forma más común es el tejido de alianzas, como el fujimorismo demostró a lo largo de su carrera: a cambio del voto, le facilitaría la vida a grandes empresarios y piratas del transporte por igual; a descuidar por completo la gestión de lo público a cambio de permitirse el control del estado para sus propios fines, con su tejido de favores y facilitaciones a su lado. Lo mismo ocurre con el actual presidente, cuya atención parece solo focalizarse cuando se trata de su sector del magisterio, y que ha llenado los ministerios con gente cuyo unico merito es la facilitación de negocios privados.
Alcaldes y gobernadores destacan en este modelo: luego de campañas en donde sus alaridos apuntan a obras irrealizables y acciones fuera de su competencia, pasan a gestiones en el mejor de los casos discretas, que se dedica a la “obra” que crea flujos constantes de pagos a proveedores especializados; un parque no importa como espacio publico, sino como obra privada. La fractura entre la campaña de promesas imposibles a la gestión de negocios de poca monta, resulta notoria y dañina.
Quebrar ese ciclo será difícil. Para muchos, el sistema funciona, y los que participan en él solo se quejan cuando deja de responder a sus intereses. La ideología de los candidatos, cuando existe, está cubierta por la alharaca de las promesas y la dejadez del electorado, que simplemente no se involucra salvo cuando opta por no votar, lujo que puede darse un sector específico de la sociedad peruana. La desidia tiene costos que hacen cada vez menos viable gobiernos con visión de interés público; y cada elección deprimentemente predecible aumenta los costos de cambio de rumbo.