El artificio universitario, la tesis presidencial y la futura Sunedu
Diatriba post votación congresal, del 4/5/2022.
Pocos sabrán quién es Karl-Theodor Maria Nikolaus Johann Jacob Philipp Franz Sylvester Joseph von und zu Guttenberg, barón de Guttenberg. Allá por 2011 fue ministro de defensa de Alemania, y cayó por un escándalo académico: se descubrió que había plagiado su tesis doctoral. Esto lo atribuyó a que era una persona muy ocupada, parlamentario y padre de dos hijos. La universidad de Bayreuth le quito el doctorado, y la prensa le puso de chapa “Baron von Googleberg” —ven, hay humor en Alemania. Tuvo que dejar la política, refugiándose en su castillo del siglo XIV con su también nobilísima esposa, la condesa Stephanie von Bismarck. Barón y condesa, asumo, no viven mal, pero es impensable que el primero regrese a la vida pública; el abuso de confianza es un crimen moral con el que la mayoría de sociedades no pueden convivir.
Plagios hay desde siempre, y en todas partes. Algunos son atrapados antes que se conviertan en trabajos de curso o tesis; otros simplemente sobreviven el escrutinio, a veces complaciente, de los jurados, a veces cómplice. Lo que no se soporta es el escándalo, si llega a eso.
¿O sí? Sabemos que el originador de esa colección de simulacros que es la Universidad CV cometió plagio, pero que al mismo nadie quiso comprarse el pleito en la universidad cómplice por las razones que sea y todo quedó en nada. Puede ser “argollas”, puede ser corrupción, puede ser conveniencia, incluso buena voluntad que hace que se confíe en el trabajo ajeno. Pero que el plagio ocurre, y a veces se tolera, es cierto. En todas partes se cuecen habas, dice el refrán.
Claro, la cosa se complica cuando consideramos que las universidades y sus factota que arremetieron contra el intento de ordenar el caos en nuestra educación superior, son el resultado de la “solución” propuesta por el neoliberalismo en los noventa: en vez de mejorar las universidades, o de darles recursos contra el cumplimiento de ciertos estándares, o de estructurar un proceso sensato y deliberativo para reorgarnizarlas, dejemos al mercado hacer su trabajo. La mano invisible, pe.
Jamás ha habido una mano más visible que la de las repartijas entre mediocres en el Perú. Somos la patria del Club de la Construcción y de la “universidad telesup” (entre comillas para no insultar el sustantivo universidad). Somos el país donde lo importante es el simulacro, la creación de una apariencia de cumplir con las reglas cuando nos están viendo, para luego saltar todas las barreras en una y hacer lo único que importa: plata. De preferencia, como cancha. Sabiendo además que lo que se hace es una pantomima, es urgente dos cosas: crear un artificio alrededor de lo que se hace para dar la impresión que es en serio; y sabotear cualquier intento de levantar el velo y revelar, literalmente, que el rey está desnudo, que la universidad no tiene campus —o tiene una serie de edificios espléndidos de poca importancia para la actividad universitaria, como grandes estadios.
El simulacro que le concedió ese grado de magíster matrimonial al presidente y a su esposa es experta en artificios. Atiborrados de togas y birretes y repartiendo honoris causa a todo desprevenido —o no tanto— que se deja, cantando su himno o haciendo ceremonias complejas diversas, crean la escenografía de una universidad sin que haya nada debajo. El sueño fordista de la producción en cadena aplicado a la redacción de tesis sin mayor originalidad, pero con todos los requisitos cumplidos; eso sí, sin observadores externos.
Pero no es solo ese simulacro: hay para todos los gustos. Más o menos caros, más o menos precarios, parten de la aspiración de “ser universitario” para convertirse en la garantía de lograrlo, sin importar que lo que se logra sirva de algo. Reivindican el derecho a la educación pero no dicen nada de la obligación de educar. Defienden la autonomía como baluarte contra cualquier verificación, comprobación o evaluación externa, y renuncian a siquiera exigir que los docentes produzcan en entornos competitivos, esos donde el segundo revisor te quita el sueño con sus demandas. Reclaman recursos —sea directamente como las nacionales, sea indirectamente como exenciones tributarias las comerciales— y luego exigen que nadie les pregunte que hacen con ellos. Se victimizan (“no nos entienden esos pitucos”, dice algún pituco refugiado en la universidad pública) pero son en realidad agresores.
Pedro Castillo y su señora esposa son presuntos culpables de agresión contra la honestidad intelectual. Que nadie les haya dicho nada no quiere decir que lo que hicieron esta bien o sea perdonable. La excusa y la victimización son lamentables y moralmente minúsculas, y el comunicado que emitió —no como ciudadano, sino a nombre de la presidencia de la república— es un insulto a todos los que alguna vez han intentado hacer ciencia, trabajo académico, enseñanza, de manera seria, en nuestro país.
Pero luego del atentado de la mayoría parlamentaria cometido el 4 de mayo de 2022 contra el sentido común; de la destrucción de una minima institucionalidad nacional universitaria cometido por la serie de personajes que han optado por espetarnos una colección de acomodos disfrazados de argumentos; de la connivencia de autoridades universitarias varias con esta agresión; es necesario poner las cosas en perspectiva: Pedro Castillo es víctima tanto como participante dispuesto de la estafa constante, premeditada, que es buena parte de la educación superior en el Perú, y ahora es complice de su descenso a una profundidad, a una oscuridad aún peores.
Seguimos empeñados en construir, reforzar y validar el artificio universitario. Nuestra élites, finalmente tan acostumbradas a cultivar artificios, no parecen interesadas en el tema: los que más tienen, finalmente, podrá recurrir a las universidades privadas que formarán a sus cuadros mientras que sus descendientes pueden irse de una vez a estudiar afuera, o a hacer exhibición de la riqueza que la empresa familiar produce con fiestas en Miami o yoga en la India. Los que no tienen tanto pero sí alguito, sacrificarán todo lo que puedan para mandar a sus descendientes a universidades aceptables. Los otros, como siempre, serán engañados. Nunca ha importado mucho eso, ¿no es cierto? La fulgurante izquierda que nos gobierna justificará sus acciones con algunas menciones al pueblo mientras alimenta sus sueños húmedos de convertir a todas las universidades en madrasas leninistas.
Y claro, habrá una Sunedu. Como el resto del estado peruano, pronto habrá una nueva camada de representantes del verdadero Perú, esos que no han estudiado afuera ni son parte de la argolla; que no sean particularmente capaces no importa mientras sean auténticos peruanos, no esos blanquiñosos cosmopolitas / caviares sin patria que tanto daño le hacen al verdadero pueblo / patria. Habrán nuevas reglas y nuevas exigencias, particularmente agresivas con las universidades de los blanquiñosos / caviares (extrañas coincidencias, eso del enemigo común de ambos extremos). No me extrañaría que pronto haya una ley que demande que las universidades registren sus togas ante la nueva Sunedu para “garantizar la dignidad universitaria”.
Lo que no habrá es expulsión de la política, condena social, a nuestros barones von Guttenberg, esos que plagian a forro. Si se los detecta, el ostracismo será condicional a los intereses políticos de quién los descubra. La honestidad intelectual es contingente a la conveniencia comercial. Porque en el Perú, donde solo se cuecen habas, lo que importa es parecer lo suficiente para engañar a suficientes.