Escribo este post como profesor de la PUCP, no como decano de la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación; pero lo que digo está informado por lo aprendido durante los casi cuatro meses en el decanato que tengo a mis espaldas.
Es el primero de tres posts, dirigidos a la comunidad PUCP pero de libre disponibilidad por la importancia que la PUCP tiene para el país.
Ciertamente: estos volúmenes me representan a mí, y solo a mí.
Ser parte de la PUCP nos expone a múltiples malentendidos. Desde sectores de izquierda, se nos ve como una universidad que se ha alejado de sus mejores virtudes a cambio de optar por el marketing y la ilusión de los rankings. Desde la derecha, somos un nido de wokes / comunistas / terrucos (escoja la que corresponda) que no enseñamos nada útil.
La realidad es que somos una comunidad muy diversa, en una institución que es complicada. Siendo una universidad privada, el ethos es más cercano a una universidad pública, donde todos somos sujetos de derecho que muchas veces pretenden ser propietarios rentistas, dispuestos a recibir pero no a dar. Queremos generosidad, recursos y énfasis en nuestras preocupaciones pero no sacrificamos lo necesario para que los demás tengan esos mismos recursos, la misma generosidad, los mismos énfasis.
Sí nos refugiamos en la idea de una universidad que, a diferencia del resto del país, funciona. Porque sí funciona, hasta cierto punto. Comparada con otras, no estamos al servicio del éxito financiero sino que lo ponemos al servicio de los objetivos públicos; cada quién desde su orilla, claro está. Hay mucha más diversidad política y cultural de lo que muchos creen, aunque no la aprovechemos ni la dejamos ser vista. Hay también muchos más problemas de los que nos gusta aceptar.
Los problemas pueden ir en una matriz simple: un vector es la disponibilidad de recursos, que varía desde lo cotidiano hasta la infraestructura; y el otro es la estrategia, que va desde las prioridades administrativas hasta las estructurales, la ruta de desarrollo de la formación e investigación. Por décadas, el eje de los recursos determinó lo que hacíamos, sea porque no había plata —décadas de los ochentas y noventas— o porque había mucha —década de 2010. Ahora que los recursos existen pero no en abundancia, el eje de estrategia es más crítico: no podemos hacer todo lo que quisiéramos hacer, pero tampoco estamos paralizados por la falta de dinero.
Entonces, ¿cuál es la estrategia? Hay mecanismos para definir como obtener más recursos en el mediano plazo, y como repartir lo disponible en el corto. Estos mecanismos se enfrentan con las prioridades que los han permitido: no hay necesariamente todo el personal necesario para explotarlos al máximo, ni tampoco los sistemas de gestión para aprovecharlos; hay mucha inercia en la gestión también, que hace que las demoras en los pagos y la ineficiencia de los procesos requieran precios mucho mayores de los que se debería pagar.
Pero no tenemos una estrategia clara de cuál es el norte, de a dónde queremos llegar, de para qué crecer y qué sacrificar para ese crecimiento. Hay bosquejos y sensaciones. Hay una vibra. Pero la discusión en estas elección va en la dirección de crear una estrategia (que no es, para nada, un plan estratégico: primero se define la estrategia y luego cómo lograrlo con un plan).
Para llegar a esa estrategia deberíamos, a mi criterio, comenzar por situarnos en el contexto del país del que somos parte, y que ha informado, indirecta, débilmente, nuestra labor por los pasados 107 años. Basta ver la juramentación o promesa que los estudiantes enuncian al obtener la licenciatura para situarnos en el compromiso con una auténtica transformación nacional.
El compromiso con el Perú es algo que siempre hemos reclamado como propio, como un diferencial con otras instituciones. Es lo que nos hace cuasi públicos, a pesar de ser privados. Ese compromiso se ha manifestado en la inversión en carreras que no son comerciales, en la dedicación a la preservación de archivos, en la promoción de formas complementarias de trabajo académico orientado a la cultura, en muchas más formas. Esa auténtica transformación nacional es más una actitud institucional que una ruta definida, pero que nos pone en el centro de una discusión más amplia, en donde la PUCP no solo existe por ella misma sino por ella como un actor central para el país.
Pero ese compromiso no proviene solo de lo que le damos al país, sino de lo que el país nos dio. Recordemos que hace quince a diez años, pasamos por una etapa muy dura de conflicto con la jerarquía local y parte de la jerarquía mundial de la Iglesia Católica, la que llevó a pedir auxilio a los egresados y a nuestros compatriotas. Lo que la universidad planteó fue simple: somos importantes para el Perú; Perú, ayúdanos. Nos ayudaron, en un momento en que también se abrió la puerta para fortalecer a las universidades peruanas y para potenciar el sector, con fondos de investigación nacional, fondos para la educación universitaria temprana, y mucho más.
El país nos apoyó no por lo que hicimos sino por lo que seguiremos haciendo, incompleto, insuficiente, ineficiente, sí; pero fundamental. Lo hecho en la pandemia, que no fue completo, suficiente, eficiente pero sí fue un acto de compromiso con el país en su hora más oscura desde el abismo de 1881. La PUCP devolvió porque recibió.
Entonces, comprender a la Universidad no se agota en lo que hacemos para nosotros, sino en lo que hemos hecho, estamos haciendo y seguiremos haciendo con el Perú, para nosotros en el gran sentido del término, para la Casa Grande desde la Casa Chica, la PUCP, nuestra casa, que solo tiene sentido en la Patria. La Patria nos lo demanda, y a diferencia de muchos, aceptamos esa obligación; debemos aceptar esa obligación.
Pero ahora, la Patria está en peligro. La coalición oportunista de mafiosos, pájaros fruteros, reaccionarios y simples inútiles nos ve como un enemigo porque somos un obstáculo y un bastión: nosotros ni aceptamos la lógica corrupta ni dejamos de proponer alternativas. La continuación de nuestro compromiso con el Perú es luchar por protegerlo.
Desde formar profesional competentes hasta construir alternativas la tarea de la PUCP es impedir que el país termine de volverse un lodazal. Hacerlo requiere cuidar la casa, fortalecerla, darle los recursos para que no sea agredida, y también proyectarnos para pensar y lograr como reconstruir el estado de derecho.
Esto requiere unidad, claridad de propósito y sacrificio. La unidad es ponernos de acuerdo y actuar colectivamente, asumiendo el propósito de la Institución en la Patria, no reduciéndolo a la organización en el mercado. El sacrificio es saber que necesitamos esperar para que se cumplan nuestros planes internos, para hacer todo que queremos, pero también actuar con decisión para ese fortalecimiento que nos obliga a todos a ser mejores, más eficientes y más productivos.
Los próximos cinco años nos demandarán mucho. Escoger a quienes lideraran no es un asunto menor, y debemos tomarlo en serio. Pero la primera tarea es entender para qué los escogemos, y luego viene conocer qué proponen para entender qué podría alcanzar.