Desde mediados de los 2000, lo que define a la PUCP es la crisis. El conflicto con el previo arzobispo de Lima y con una gran alianza conservadora; la crisis de diciembre de 2018; y la pandemia. Al menos tres rectorados marcados por problemas muy duros.
Y sin embargo aquí estamos. Lo mejor de la Universidad —su sentido de comunidad, su compromiso con el país, su gestión en general correcta— sigue en pie. Pero muchos problemas que son conocidos no han sido resueltos por la falta de espacio, recursos y las urgencias externas. Tenemos muchas deudas con nosotros mismos, pero sobre todo necesitamos hacer realidad lo que sabemos necesitamos para seguir en la ruta hacia nuestro norte.
En simple, buscamos seguir creciendo académicamente para brindar más y mejor educación para el país, bienestar a nuestra comunidad, y espacio para la realización personal. Esto implica una negociación constante para equilibrar estos fines, puesto que no todo se puede lograr con los recursos que disponemos. Si añadimos las demandas de las unidades académicas, el norte se pone más difuso.
La eficiencia de la gestión es urgente, pero no puede ser un propósito en sí mismo, sino que debe buscar alcanzar ese norte. Priorizar la investigación o la creación o la profesionalización de los docentes y egresados no son propósitos contradictorios u opuestos, sino que son maneras de construir una institución equilibrada donde todos los saberes, profesiones y expresiones tienen espacio.
Pero desde adentro hay que mantener equilibrios también. El contar con recursos no puede ser automático sino el resultado de propósitos claros, procesos eficientes y metas alcanzadas. No se trata de privilegiar a una carrera u otra sino de permitir que cada una pueda florecer, pero con el esfuerzo por hacerlo mejor, más innovador y más creativo, en cada una de ellas.
En tres niveles, esto significa que el Rectorado debe establecer no un plan estratégico sino una estrategia, algo que defina qué se busca y cómo se espera que se exprese eso que se busca. Las unidades académicas deben ser qué se espera de ellas y cómo se expresará eso en recursos, para poder tener claro de ambos lados qué es posible y que no, y comprometerse a lograr sus objetivos en consonancia con los objetivos institucionales. Y los docentes debemos saber que, siendo empleados de la universidad, tenemos la responsabilidad de participar en la definición de esos procesos pero también de hacerlos realidad a través de nuestro trabajo.
Esto no niega la naturaleza fundamental del académico: solo la sitúa en la responsabilidad de conservar la Universidad —privada y autofinanciada, nunca hay que olvidarlo— en un país que ni apoya ni realmente tiene interés político en una buena universidad.
A la tarea fundamental, concatenada desde el rectorado hasta los docentes, hay que añadir los aspectos que fortalecen la formación integral: las instancias que fortalecen el trabajo académico y de investigación; el bienestar; los servicios educacionales. Al final de la cadena, la gestión propiamente tal, que requiere mucho mejor funcionamiento, no solo en cuanto eficiencia sino claridad de su misión: está para servir a la tarea académica.
¿Como alcanzar el propósito? Primero afirmando que existe, que es lo que nos orienta y justifica, que es lo que necesitamos para seguir exigiendo a la sociedad lo que necesita pero también para reiterar que estamos para eso, para que la Patria sea más justa, más limpia y más generosa. Los que formamos parte de la PUCP podemos tener otros propósitos, y otras intenciones, pero nadie puede dejar de mirar el propósito común sino como una estructura en la que actuamos y nos realizamos, individual y colectivamente.
En la dimensión educativa, la articulación de las facultades con sus estudios generales, y después de ellas con las maestrías, es un pendiente, aunque es diversa la ruta de articulación. Ciertamente, los estudios generales, siendo parte esencial e indiscutible de la formación que ofrece la PUCP, deben permanecer; y en particular, los de Letras son demasiado importantes para los estudiantes de muchas generaciones como para disminuirlos en tiempo.
Pero aquí entra el enfoque de competencias. En vez de pensar en una mirada separada sobre las competencias de EEGGLL, lo que correspondería es mayor diálogo con las unidades de llegada. No se trata de cursos sino de precisamente que los estudiantes superen las limitaciones de la educación escolar realmente existente, y que puedan llegar mejor preparados para lo que harán en las facultades. Similarmente, con las maestrías, aun cuando ellas no son parte de la secuencia formativa.
A su vez, los estudios generales deberían integrarse mejor a la formación de las carreras que no ingresan a la Universidad a través de ellas, pero desde el mismo foco: qué competencias deben desarrollarse, no qué cursos necesitan dichas carreras. Si se enfatiza los cursos de las carreras la lógica de los EEGG desaparece.
En cada Facultad, la implementación del enfoque por competencias requiere claridad de propósito pero también trabajo serio, acompañado por la Universidad, para implementarlo siquiera de manera básica. No se ha logrado desarrollar ese acompañamiento, uno de los pendientes más críticos para sostener la calidad de nuestra formación.
Esto debe ir acompañado por el sostenimiento de las estrategias de atracción y retención docente, y también por definir estrategias de desvinculación. No se trata de despedir docentes de manera generalizada pero es obvio que hay suficientes situaciones en las que los docentes existentes no están a la altura de su tarea que se debe contar con una forma de solucionar esos casos. No es una cuestión de edad o jubilación, sin duda, ni mucho menos de evitar apoyar a los colegas con problemas extra-institucionales. Pero la modernización debe ser completa.
Aquí surge el tema de ciencias de la salud, que aparece como una forma de modernización y competitividad. Ambos planes lo contemplan, aunque de distinta manera. Esto implica inversiones significativas para hacerlo bien, como se esperaría de nosotros. ¿Será una provincia de ultramar, con sus propias reglas, o parte integrada a la comunidad? Crear una facultad de ciencias de la salud puede ser un éxito en matrículas e investigación que termine por extraer recursos del resto de la comunidad, al mismo tiempo que es una estrategia de largo plazo para formar de manera integral que afecte a la comunidad en su conjunto. No es un asunto trivial, dado que las consecuencias para el propósito de la Universidad pueden ser duras: endeudarnos para crear medicina o cualquiera de las ciencias de la salud significa una apuesta que termine agotando los recursos que servirían para cumplir con las demandas que ya existen de parte de las unidades académicas actuales, o que frustre otros planes como la expansión de los servicios deportivos.
Por ello, estas apuestas estratégicas no pueden dejar de considerar la deuda interna tanto como la deuda con el país. Por ello deben ser resueltas a través de un consenso que deje en claro qué se sacrificará para lograrlo, porque está claro que algo habrá que sacrificar para avanzar en esa dirección. Este consenso no puede quedarse en una votación en la Asamblea.
En suma: el Rector, y el rectorado en su conjunto, tienen que liderar un proceso claro, equilibrado y bien argumentado, que defina qué es lo urgente y por qué, y que nos diga a la comunidad qué proponen que debemos sacrificar para qué fin. No basta con las ideas o las intenciones, sino que el liderazgo debe expresar en evitar conflictos pero también en explicar por qué se los crea, y cómo estos conflictos deben ser vistos bajo la luz del norte institucional, del propósito de servir al país más y mejor, preservando el espíritu de comunidad, ampliándolo y fortaleciéndolo.
A esto, hay que añadir la defensa de la institución universitaria en general y de nuestra institución en particular. Hay batallas que podemos pelear internamente, otras que se pueden eludir. Pero hay algunas que son existenciales y que no pueden sino lucharlas con convicción y convocando a todas. Los tiempos del país no son fáciles ni gratos. No podemos pretender que jugamos solos, sin contemplar a dónde va el país.
Evaluar por quién votar tiene que partir que muchas veces habrá que decepcionar lo individual a cambio de proteger lo colectivo. Y eso requiere que se deje en claro qué es lo que define como colectivo, y como prepararnos para construirlo y defenderlo.