Desde el inicio de su campaña electoral, el presidente Castillo insistió en usar “pueblo” como una metonimia de sus votantes. El “pueblo” gobernaría, a través suyo. Una apelación antigua en la política mundial, y ciertamente en la peruana, pero con algo más de peso en el caso de Castillo: el campesino, el maestro de escuela rural, el dirigente sindical: esos personajes fueron usados por su resonancia, pues si alguien era del pueblo, ¿como no gobernaría en el nombre, para el beneficio, y con el pueblo? Cuando los ronderos con sus machetes llegaron a Lima, se los enmarcó desde la izquierda como una manifestación concreta del pueblo en camino al poder.
Pero no hay que olvidar que “pueblo” es una abstracción que comprende demasiadas dimensiones y alberga demasiados intereses para ser entendido como una sola cosa. Si el pueblo son los explotados, lo cierto es que explotados hay de muchos tipos. Difícil saber exactamente qué entendía Castillo por el “pueblo” (salvo recordar el componente xenófobo al inicio de su campaña), pero concretamente, ni su manera de gobernar ni la de hacer política han sido muy “pueblo”, es decir en favor de los explotados definidos ampliamente. Su gobierno carece de rumbo claro y al final predominan más repartijas de poder, para lograr sobrevivir, desmontando así cualquier ruta programática o de gestión pública que pueda asociarse como favorable a los explotados.
Pero en la acción política es donde la situación es más grave. En ningún momento existió intención de articular un mensaje de movilización que compense el poder fáctico de la coalición oportunista de intereses, esa de demócratas Potemkin mercantilistas y corruptos. El relativo poder de la prensa concentrada, al servicio de esa coalición, jamás ha sido confrontado con movilizaciones populares para defender al gobierno, o por una nueva constitución, por mayores impuestos y regalías a las empresas exportadoras de minerales, por la segunda reforma agraria, y demasiados etcéteras. El potencial músculo presidencial no fue ejercitado sino como alharaca, en plazuelas que luego se vacían, o en las redes; nunca como lucha política organizada, solo troleo de supuestos revolucionarios más interesados en reírse entre amigotes de sus supuestos triunfos.
Ahora, recién, el presidente anuncia que movilizará al pueblo: pero el músculo se ha atrofiado. No es difícil pensar que lo que va a suceder será tristemente inevitable: el pueblo no siente que este sea su gobierno, y pensar que podrá ejercitar ese músculo político luego de un año de no mover un dedo, es ingenuo. El pueblo, como tantas veces en la historia peruana, no pasó de recurso retórico; ante nosotros, un páramo, el de siempre.