El post blog de EVM

Share this post

Las movilizaciones de noviembre 2020 a un año de distancia

eduardovillanuevamansilla.substack.com

Las movilizaciones de noviembre 2020 a un año de distancia

O como el pasado no es prólogo

Eduardo Villanueva Mansilla
Nov 11, 2021
Share this post

Las movilizaciones de noviembre 2020 a un año de distancia

eduardovillanuevamansilla.substack.com

No parece que haya pasado un año. La semana sin nombre, aquella en donde buena parte del país se movilizó contra el golpe palaciego del Congreso, culminó con un gobierno de transición, con el colapso de la credibilidad del Congreso, con el fin de la carrera política de una variedad de personajes de vieja trayectoria y pobres resultados.

Al mismo tiempo, no pasó nada. Seguimos en pandemia, seguimos amarrados a la confrontación entre esa combinación intragable de neoliberalismo, irredentismo, y acomodo constante que caracteriza al Fujimorismo, liderado por la misma figura insípida y sin rumbo, la princesita. Del otro lado, el pueblo como pretexto para hacer algo que todavía no toma forma pero que parece ser el resultado de una combinación de arcaísmos y angurria de poder.

¿Qué nos pasó?

En realidad no es sorpresa. Situaciones como la que vivimos en noviembre de 2020 son bastante comunes: el hartazgo con varias cosas converge en una explosión social que inevitablemente desequilibra el sistema político. En nuestro caso, ese sistema político es terriblemente débil, carente de gente capaz de dialogar con el país y sobre todo, ausencia de imaginación política. Como con la ley Pulpín, y también con Sendero Luminoso en los ochenta, nuestros políticos solo saben reprimir cuando no pueden ganar, y a veces el costo de la represión es muy alto para intentarlo. El 2020 la respuesta fue represiva, pero la completa desconexión entre los usurpadores y la sociedad hizo imposible solucionar el problema solo con represión policial, y las Fuerzas Armadas se negaron a ser cómplices de las intenciones de aquellos que carecían de legitimidad.

En otros países, o la represión funcionó, o se intentó una salida más estructurada, que preservara la continuidad política. El hipo que fue el golpe palaciego no logró consolidarse porque los que lo promovieron pensaron que la sociedad no iba a sentirse afectada. Su error les costó la humillación, aunque imagino que no sienten culpa por lo que hicieron, por las vidas tomadas: solo la impotencia del mal perdedor.

Del lado de la sociedad, lo cierto es que hubo indignación pero sin claridad de qué sería mejor. Bastó con traerse abajo a los usurpadores para sentir la satisfacción del deber cumplido, sin que esto significara un acuerdo mínimo sobre qué hacer con el resultado. Es parte del problema de fondo de nuestra sociedad: no hay conexiones claras entre lo que la gente quiere y lo que la clase política —entendida esta de una manera muy pero muy laxa— puede hacer. Esa desconexión no es de ahora, y se expresa en la resuscitación quinquenal de una propuesta política de una mediocridad espectacular, como es el Fujimorismo.

El triunfo de la reforma constitucional sobre la no reelección de congresistas es una indicación clara de nuestra incapacidad de procesar nuestras carencias políticas. Como se asume que los políticos son todos un asco, se decide que no deben disfrutar de las prebendas del poder por más de cinco años; pero claro, los buenos se pierden y los malos igual sobreviven, de otras formas: ahora están planeando como desbaratar esa. reforma. Pero el problema real no es actuar por pedacitos, sino actuar políticamente como ciudadanos, buscar bien, tomarnos en serio las elecciones y buscar a los mejores. Eso no hacemos.

¿Como conectar a la ciudadanía con la política? Por un lado, tenemos las presiones reivindicativas: la política como un ejercicio de transacciones acotadas, no como una búsqueda clara de soluciones integrales. Desde la derecha la transacción constante es el mantenimiento de privilegios, pero desde la izquierda es conseguir resultados concretos en oposición constante al capital. Desde los 70 la izquierda controla sindicatos magisteriales desde la premisa que luchan por los maestros, pero claro, esa mirada gremialista no busca mejorar la educación o hacer la revolución, solo sostener la confrontación para sostener el poder político de la organización. Que los sindicatos funcionen no ha significado que los partidos tras ellos logren votos… de la misma manera que los gremios empresariales no logran más que mantener sus privilegios sacrificando claramente cualquier principio ante el partido con el que transa.

La ausencia de políticos del lado de las protestas fue un testimonio de la desconexión fundamental que define nuestra política. La ciudadanía, frente a aparentes hechos consumados, peleó por una idea: que unos cuantos no pueden arrogarse el poder. La insolencia de esos personajes oscuros, que no supieron usar abiertamente ese poder que buscaron por lo bajo, a la sombra de procedimientos arcaicos, fue castigada por un país que quizá no sepa escoger a sus gobernantes, pero que tampoco quiere imposiciones tan descaradas de intereses y vanidades de aquellos que se apropian del poder.

¿Qué quedó? Poco. Sin duda algunas organizaciones sociales y colectivas son conscientes de lo que puede lograrse cuando una causa nos convoca sin ambigüedades ni recovecos que esconden intereses propios. Pero la energía de esos días, con todo lo positivo que produjo, no nos ha impedido tener un gobierno sin rumbo y una oposición sin norte moral. Queremos otros rumbos, pero no tenemos idea de como librarnos de los timoneles que nos llevan en otras direcciones.

Hay la idea que podemos hablar del 14N, es decir del día final de las protestas, como una suerte de efeméride a consagrar. Esto es un error de lectura bastante grueso. Si los acontecimientos de ese día fueron los que terminaron de condenar a los usurpadores a perder el poder, el proceso completo comenzó antes, y además incluyó a mucha más gente que los que se movilizaron específicamente en la noche del 14.

No es un ejercicio de mezquindad: es una necesidad de lectura precisa. Fue el consenso social, expresado en la enorme diversidad de actividades, lo que permitió que las movilizaciones específicas tuvieran éxito. No fueron los jóvenes —aquellos llamamos con mas entusiasmo que precisión “generación del bicentenario— los que produjeron los resultados, que tampoco fueron objetivos políticamente claros, previos a las movilizaciones. La sociedad, poco a poco durante una semana, fue dándole legitimidad a las protestas y quitándole la legitimidad formal a los usurpadores.

Pensar que ciertas movilizaciones son las que dieron resultados es dejar de lado que lo que pasó fue un consenso social pocas veces visto, que no reflejaba un programa, una ilusión política, sino un hartazgo contra el status-quo. No se buscaba un ideal, sino un alivio. Que la democracia no fuera manoseada, no que nos convirtiéramos en una nueva democracia, específica en sus reconocimientos.

Esa semana no fue para pedir una nueva constitución, como la victoria de Castillo en junio tampoco fue para eso. Más allá de la posibilidad de proponerla, lo cierto es que el consenso de noviembre fue en negativo: no queremos esto; no se trató de “queremos esto”. Leer esa semana de otra manera es un error político tan grande como el que cometió Merino y su caterva en los días previos a su golpe palaciego.

Quizá por eso, la semana sin nombre no lo tiene: nos desfogamos, nos empoderamos, y luego no supimos que hacer con eso. Todavía no tenemos idea de qué hacer con el país; y los políticos, empeñados en sus ejercicios retóricos, no dialogan con esa indignación.

Share this post

Las movilizaciones de noviembre 2020 a un año de distancia

eduardovillanuevamansilla.substack.com
Comments
TopNewCommunity

No posts

Ready for more?

© 2023 Eduardo Villanueva Mansilla
Privacy ∙ Terms ∙ Collection notice
Start WritingGet the app
Substack is the home for great writing