Propaganda y democracia
o como la tradición oligárquica está destruyendo la viabilidad de la esfera pública
Este post fue escrito en mayo, durante la campaña de la segunda vuelta. No lo difundí mucho porque era una cuestión más de ordenar mis ideas que nada.
Ahora, 13 de junio de 2021, veo que la situación ha empeorado. La prensa peruana ha decidido ser completamente echada, salvo excepciones puntuales a nivel de medios y personas. Espectáculos diversos de sometimiento ya no a una candidata, sino a la noción misma que el país tiene que impedir un veredicto democrático, son el subtexto de la acción de varios medios de prensa.
Esta versión ha sido editada, modificada y ciertos énfasis actualizados.
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¿Qué hacer con la prensa peruana?
¿Qué hacer con medios que medran de un recurso público, como las frecuencias que les permiten transmitir su señal, para mentir y hacer propaganda?
Hay que entender que lo que nos está sucediendo no es ni nuevo ni único. Ni la prensa peruana ha sido un dechado de virtudes, ni nos está sucediendo algo inusual en el contexto del deterioro de la democracia representativa.
Eso no significa que no debamos estar alertas y pelear en contra de los abusos que cometen los medios.
La desinformación y las fake news son comunes en estos tiempos, y se agudizan en períodos electorales. Las “redes sociales” —los medios sociales— suelen ser espacios que facilitan y multiplican y amplifican el efecto de esa información errada, de esas noticias falsas. Muchas veces, vemos pedidos de reforzar la función de la prensa, del periodismo, como antídoto para los males de las redes.
Como suele ser el caso, estos diagnóstico suelen ser exagerados. Ni las “redes” lo hacen todo ni la prensa es una maravilla. Incluso en aquellos países donde la prensa tiene conciencia de su rol social y político, y asume cierta responsabilidad sobre la necesidad de actuar con honestidad, no siempre se logra un paraíso de información.
Por un lado, la prensa existe en un mercado, y hay para todos los gustos. Basta que un medio opte por ignorar su responsabilidad ante la sociedad para que tengamos incentivos muy altos para que todos los medios se partidarizen. Por otro lado, lo real es que estamos en tiempos en donde es difícil separar el descontento con la marcha de las cosas con cierta tendencia a convertir todo en conflicto. No estamos en tiempos en que asumamos que es posible consensuar soluciones, sino luchar por triunfos. La contienda política no deja mucho espacio para la “objetividad”, sea lo que sea que entendamos por ella.
Pero la responsabilidad de la prensa no es por ello menor. C.P. Scott, director por más de cinco décadas del Guardian —diario británico de gran prestigio que acaba de cumplir 200 años de funcionamiento— enunció un principio que sigue siendo válido: “comment is free, but facts are sacred”. Si no aceptamos los hechos, los ocultamos o simplemente los ignoramos, no queda nada que conversar. Un medio de prensa que deja de lado ese simple principio deja de hacer periodismo, y se vuelve propaganda.
¿Como podemos identificar a un medio de propaganda? Primero, porque trata de persuadir, sin dar espacio para la reflexión del lector. Un mensaje propagandístico no deja margen de interpretación, y se funda en una apelación a una autoridad o principio superior que se presupone incuestionable. Además, la propaganda requiere opuestos, sean valores, organizaciones o personas a las que podemos juzgar cómodamente, sin mucha duda.
La propaganda puede parecer periodismo, manteniendo las formas y estilos, pero es en realidad una rama de la persuasión, junto con la publicidad. La publicidad nos “vende” cosas, la propaganda nos quiere convencer que seremos condenados si no aceptamos lo que nos ofrece como inevitable. No en vano la primera instancia formal de propaganda fue creada como consecuencia de la contrarreforma del siglo XVII, como un órgano para “la propagación de la fe”, por bula papal.
Mientras que la prensa, negocio indiscutiblemente ligado al capitalismo, es vista como un baluarte de la sociedad democrática, la propaganda es un recurso en tiempos de guerra, o algo reservado a las dictaduras, como el comunismo y su agit-prop, o el nazismo y su Reichsministerium für Volksaufklärung und Propaganda. La prensa en una sociedad democrática debe iluminar lo oscuro, hacer que brille el sol en lo que se quiere ocultar; la propaganda quiere hacernos creer que el sol brilla cuando lo que hay es oscuridad.
El contrabando de defender la libertad de expresión y de prensa para hacer propaganda no es precisamente opaco. Lo cometen miles de diarios, radios y estaciones de televisión en todo el mundo; lo acometen millones de bots y entusiastas que difunden fake news por medios sociales. En otras palabras, usan un principio liberal con fines autoritarios.
En el Perú, que como en toda América Latina no ha tenido una buena esfera pública, una buena práctica política liberal, una verdadera democracia fundada tanto en la convicción que el estado de derecho es indispensable como que la igualdad es un principio indiscutible; en nuestro Perú, la tradición es defender el derecho a no tener que reconocer la diferencia. Como el control de los medios de prensa siempre ha sido un ejercicio de poder, y el poder está concentrado en grupos específicos, en una oligarquía performativa que añora sus haciendas inexistentes y odia a Velasco porque se ha creído su propia propaganda, la idea de perder control es insoportable.
Entonces, se negocia por lo bajo, como se hizo en el segundo gobierno de Alan García, donde las decisiones sobre como reasignar las frecuencias de televisión ante el cambio a la televisión digital fueron tomadas en la completa opacidad, sin interés de la prensa de explicar por qué y bajo qué principios se debía mantener el sistema actual, que premia a los que llegaron primero, hace más de 60 años, con el poder de decidir quién y cómo puede decir algo al resto de los peruanos.
Entonces, los dueños de la prensa dicen que defienden un principio liberal cuando en realidad defienden el principio sagrado de cualquier oligarquía: no perder sus privilegios.
Entonces, los medios de prensa deciden que no solo prefieren que alguien gane las elecciones —lo que es válido— sino que deciden que no pueden permitir que se considere al rival como viable, como alguien que merece respeto o que debe ser tratado igualmente.
Entonces, no se trata de informar, objetiva o subjetivamente: esto último, cuando es honesto, es parte del negocio de la prensa. Es pretender que el deber es engañar, ocultar y enmascarar, bajo el pretexto que es lo mejor para nosotros.
En ese se han convertido los medios de prensa; quizá siempre lo fueron, pero han perdido el poco recato que les quedaba, azorados ante un don nadie que no sabe hablar y que nos llevará al comunismo (sí, claro). Su horror a la posibilidad que la organización política, económica y social del Perú se vea afectada en su prejuicio los lleva a la mentira de seguir creyéndose medios de prensa, con derecho a la libertad de expresión, cuando no son más que medios de propaganda.
Es imposible que haya una democracia sana si se pretende negar a la mitad de los peruanos.
Es imposible que haya una democracia sana cuando se contrabandea la propaganda como prensa libre.
Es imposible que podamos responder ante el más grande desafío colectivo de los últimos 140 años si seguimos negando no solo que las cosas están mal, que deben cambiar, sino el mínimo derecho a proponer formas distintas de entender el país.
Es injusto que empresas que han decidido no asumir su responsabilidad ante el conjunto de la sociedad peruana, no solo ante sus intereses o los de sus amigos, puedan seguir existiendo solo porque hace 60 años recibieron un permiso que ahora es una prebenda.
Los diarios y los medios digitales, los más antiguos y los más nuevos, pueden seguir existiendo y matándose entre sí por atención dado que solo usan sus propios recursos.
Los medios electrónicos tradicionales, que viven gracias al uso de las frecuencias que son de todos los peruanos, no tienen derecho alguno a actuar como medios de propaganda. Ninguno. Ni el del estado, ni los privados.
Rendidos ante su propia propaganda, lo que hace la prensa peruana es esencialmente esconderse cobardemente detrás de su pretensión democrática, para impedir que haya tal democracia. No se puede permitir que continúen actuando con impunidad.