Rápido, violento y muy cercano: protesta digitalizada y acción conectiva para tumbarse un golpe (3)
(esto es un borrador, que puede seguir siendo editado aquí o convertido en documentos distintos).
Lucha de narrativas
Zeynep Tufekci, la intelectual más importante de la que nunca has oído, cuenta en su esplendido libro “Twitter y Gas Lacrimógeno”, como el movimiento para derrocar a Hosni Mubarak en Egipto se dio cuenta que estaban ganando. Fue cuando una caravana de camellos los atacó y casi los dispersó de la plaza de la Libertad, en El Cairo. A pesar de la centena de muertos, de la aparente desarticulación del movimiento, de la brutalidad orquestada por el poder militar, los manifestantes notaron que estaban ganando porque Mubarak intentó jugar su ultima carta: usar un grupo de matones y presentarlos como espontáneos. No le quedaba más que hacer que intentar mentir masivamente. Los manifestantes vieron tras la patraña, y difundieron la mentira más allá de la plaza a pesar de las limitaciones de conectividad que experimentaban. La fachada cayó, y con ella, Mubarak.
No es difícil trazar la analogía con lo que pasó en Lima, el jueves 12 de noviembre de 2020; el lanzamiento de falsedades, divergente completamente de lo que la ciudadanía estaba ya asumiendo como realidad, era demasiado desesperado. No hubo imaginación, recurriendo al viejo y gastado tópico del terrorismo, al mismo tiempo que los protagonistas proponía una versión convergente: somos los peruanos que luchamos por la patria. El gobierno carecía de recurso argumentativo alguno, en principio porque no tenía las capacidades políticas para plantearlo, pues el golpe palaciego había sido creado sobre una mentira evidente, la lucha contra la corrupción; pero también porque los actores políticos involucrados no tenían nada que ofrecerle a la ciudadanía, ni voces con credibilidad a las cuales recurrir. El golpismo comenzó a perder.
Una cuestión previa conceptual: aclarar la diferencia entre medios y redes sociales puede sonar a distinción sin diferencia, dada la práctica cotidiana que nos ha acostumbrado a mencionar una y otra cosa como equivalente; pero lo que hemos vivido durante la crisis de noviembre es evidencia clara de lo crítico que esta distinción. Los medios sociales no son lo mismo que las redes sociales, y cuando múltiples redes sociales se interconectan a través de los medios sociales, se puede crear una aglomeración movilizada, que carece de centro o liderazgo convencional, pero sí comparte dirección, motivación y voluntad de acción.
Cuando el politólogo Alberto Vergara mencionó que los golpistas no podían decir Instagram, estaba presentando un punto válido aunque no fuera al fondo del asunto: la respuesta comunicacional de los golpistas no solo era torpe y falsa, sino que se basaba en un entendimiento de como manipular a la gente que carecía completamente de sentido en un contexto político tan preciso como el del Contra Golpe. Primero, porque el repertorio era viejo y repetitivo: el terruqueo es un argumento tan manido que nadie lo toma en serio; el presentar a políticos sin representatividad juzgando lo que pasa sin siquiera pretender que entienden lo que pasa es una señal de incapacidad. Pero junto con eso, la cuestión de la velocidad de circulación de discursos contrarios al intento de manipulación resulta particularmente relevante. Sea en Instagram o en cualquier otro medio social, aquellos que se suponía debían ser desmovilizados recibían pruebas evidentes y de primera mano que lo que proponían los golpistas era falaz.
Aquí, el grupo predominante tras el golpe sufría por su obsolescencia política, producto de una serie de circunstancias. Primero, porque estando acostumbrados a gobernar sin ser elegidos, o a través de influencias subterráneas, personajes como Flores Araoz habían optado hace mucho por encerrarse en una burbuja auto referencial, completamente carente de interés en persuadir o movilizar, sino en reforzar sus propios sesgos. Canales de televisión, diarios de circulación nacional o medios digitales, financiados sin mayor interés en retornos financieros, servían como espacios dedicados a insistir en sus propias narrativas y en explicar todo lo malo como una conspiración de los “caviares”, financiada y sostenida por un conspiración global interesada en controlar el mundo.
Segundo, que más allá del delirio aparente en estas narrativas, el punto más crítico es que enunciadas en este intencional aislamiento nunca buscaron convencer a nadie, solo en gratificar a los creyentes. No sirven para ganar votos, pero peor aún, no sirven para convencer a nadie que la realidad no es lo que están viendo, sino que se explica por otras, oscuras razones. La insistencia en proponer que todo es una agenda globalista es predicarle a los convertidos, excluyendo a los demás. Convencer a la gente que tal cosa existe es algo que toma tiempo y esfuerzo, incluyendo más sutileza, y sobre todo cierto diálogo en donde lo que se piensa sobre la realidad se contrasta con lo que otros piensan sobre la misma realidad, y se negocia un punto de acuerdo. Estos grupos reaccionarios no están interesados en convencer, sino en imponer, y por ello no tienen practica para cuando es necesario vencer en una lucha de narrativas.
Aparece claro un punto: es muy difícil desmovilizar con mentiras, en crisis concretos que ocurren en tiempos digitales. A pesar de los años que venimos hablando sobre las Fake News, lo que las hace poderosas tiene que ver con redes sociales y la capacidad de penetrarlas, no con el medio social que sea usado para realizar la penetración. Las redes sociales pre existentes permitían reventar los globos de ensayo lanzados por los golpistas, y esos desmentidos adquirieron un nuevo auditorio, las personas que sin estar necesariamente movilizados como los jóvenes que salían a la calle, sí se sentían agredidos por el golpe.
Esto terminó convertido en una lucha puntual de narrativas, que definió ante algunos actores lo que estaba en juego: mientras que el grupo reaccionario que sustentaba a Merino de Lama fue agrupado como “los viejos lesbianos”, los jóvenes fueron llamados, y luego reivindicaron, “la generación bicentenario” (200 años de la declaración de independencia, que se cumplen en 2021). La expresión “viejo lesbiano” es un meme, en el sentido preciso del término, y su genealogía es relevante: nace como expresión casual de insulto en un juego de videos, y es apropiada por colectivos juveniles (actores sociales, no políticos) que la usan para descalificar de distintas maneras a otros actores que representan posiciones reaccionarias, conservadoras o simplemente “antiguas”. Es sin duda una expresión ofensiva en varios niveles, pero su popularidad fue indiscutible durante las marchas de protesta, y en “redes”: era una forma abreviada de resumir todo lo malo que convergía en los promotores reaccionarios del golpe palaciego. Si bien como insulto existe hace más de dos años, y es usada comúnmente por jóvenes movilizados en el Perú desde entonces, fue en el Contra Golpe que se convirtió en moneda corriente fuera del ámbito de donde vino.
El contraste narrativo fue decisivo: los “viejos lesbianos” quedaron marcados por un insulto mientras que los jóvenes movilizados, por un halago. Si los primeros se manifestaban públicamente como “Coordinadora Republicana” (así firmaron comunicados de apoyo a la vacancia y luego a la presidencia usurpadora de Merino de Lama), el predominio del insulto define la derrota. Lo interesante aquí es además que estas dos narrativas enfrentan a un grupo organizado y auto definido en su acción política, como la Coordinadora Republicana, frente a una coalición ad hoc, constituida en el momento y que no pretende ser ni representativa ni específica.
Siguiendo a Tufekci, estamos ante una adhocracia: una democracia ad hoc, creada por una confluencia de intereses, que existe a partir de la acción. Difundida a través de redes de vínculos débiles usando mensajes diversos en medios sociales, que reforzaban una narrativa de injusticia y opresión entre los muchos que podían tener razones para oponerse al régimen. La violencia de la represión fue vista como motivación, y ofrecida rápidamente como prueba al mundo y a otras personas en otras redes de vínculos débiles. Los medios permitieron permear muchas redes sociales con evidencia concreta que el malestar era real, pero sobre todo que la represión y la injusticia era real. También servían para reforzar la impresión de un gobierno que no sabía que hacer, que no tenía nada que decir, y que sobre todo no representaba a nadie. Un golpe palaciego, finalmente, solo funciona si al resto de la población no le interesa lo que pasa en Palacio; aquí fue evidente desde el inicio que los tres grupos que estuvieron detrás del golpe no tenían idea de lo que la ciudadanía pensaba de ellos; y que cualquier narrativa que propusieran como justificación del golpe iba a fracasar porque los argumentos no eran tomados en serio.
Desde el lado de la adhocracia, no era necesario que el mensaje fuera coherente con una posición política específica, sino que encarnara el disgusto contra el golpe. La convergencia era un resultado reactivo; esto no implica que no haya reivindicaciones concretas o que no haya la posibilidad de construir una posición política específica luego de los eventos: solo que la convergencia de narrativas era reacción a acciones concretas que carecían de legitimidad y que provocaron disgusto en un porcentaje muy elevado de la sociedad peruana: una encuesta posterior a los acontecimientos estima que 12 millones (de 33) de peruanos participaron de una u otra manera en las protestas. Las muchas acciones, desde compartir un post hasta salir a las calles, fueron manifestaciones de esa convergencia
En Lima, donde las protestas tomaron un cariz específico debido a que el objetivo geográfico era la sede del poder de donde provenía la motivación para la protesta. El respaldo fue masivo, expresado en un método que se ha usado antes pero nunca con tanta contundencia: cacerolazos que el día más crítico de las protestas, el 14 de noviembre, ocurrieron tres veces en una noche, luego de haber sido asunto de una vez al día, siempre a las 20 horas. La posibilidad de lograr cacerolazos intensos casi inmediatamente fue respuesta a lo que estaba sucediendo, y fueron convocados casi en tiempo real, como se puede ver en el video que edité desde mi casa.
La protesta fue masiva pero diversa, con un repertorio múltiple de acciones que permitían involucrar a mucha mas gente que lo que una protesta convencional, con marchas sobre el objetivo primario, podría lograr. Desde los cacerolazos hasta las intervenciones lumínicas, pasando por memes y tuits, cada quien usó capacidades distintas para mandar señales convergentes.
Ciertamente, el protagonismo efectivo fue en la calle, y la tragedia del asesinato de dos jóvenes durante la represión del sábado 14 fue que lo que terminó de cancelar el golpe. Pero esas marchas fueron expresión de múltiples indignaciones alimentadas por la dinámica viral de la difusión de información no sobre las acciones del gobierno golpista sino sobre la viabilidad de la protesta, y de la inviabilidad política de la represión. Solo un escalamiento brutal de la represión podría haberlas parado, no con unas cuantas muertes más sino como muchas más muertes, porque una señal constante que ha quedado de los movimientos diversos que han usado las calles para múltiples causas en la última década es que la manifestación es un derecho democrático, quizá el único claramente establecido. Reprimir un marcha está mal, y la respuesta represiva es peor.
Dado que un régimen de terror capaz de parar las manifestaciones, pero no la diseminación de los descontentos, no era viable políticamente, el golpe estaba condenado al fracaso. Un golpe integral, a la antigua, que no solo hubiera reprimido la calle sino que hubiera apresado políticos, periodistas y líderes de opinión; que hubiera censurado medios y cerrado la Internet. El problema es que un golpe tal requería entregar el poder a las Fuerzas Armadas, de facto; aparte que las Fuerzas Armadas no estaban interesadas, y que semejantes acciones serían inviables en el contexto internacional, serían insostenibles. Cerrar Internet es básicamente cancelar la economía en tiempos de pandemia.
Ante eso, la lucha de narrativas terminó siendo simple: los golpistas presentaron una narrativa divergente (luchamos contra la corrupción / por la democracia), los contra golpistas convergieron en una respuesta de protesta. La divergencia de la narrativa golpista se origina en la completa inconsistencia entre sus acciones y sus pronunciamientos; en la percepción generalizada en la sociedad peruana que los miembros de la derecha tradicional no son ni demócratas y honestos; y la carencia de un repertorio de acciones que permitieran generar señales que fueran recibidas positivamente por la ciudadanía. Es más, luego de cierto momento, simplemente dejaron de emitir señales, salvo la represión. Agotado el repertorio, los golpistas no pudieron hacer más que renunciar.
Pero desde el movimiento contra golpista, las señales eran múltiples pero convergían en una narrativa simple: no al golpe. ¿Por qué? Porque los golpistas ni luchaban por la democracia ni contra la corrupción; porque los que encarnaron el golpe no tenían credibilidad ante la sociedad peruana en general; porque el repertorio era limitado y las señales que emanaban del mismo, eran emitidas por los mismos representantes, sin legitimidad, o por la represión. No hubo tiempo de construir una narrativa más compleja, aunque luego de los hechos, ante el protagonismo obvio de la calle y las muertes y abusos ocurridas, una narrativa sobre los jóvenes del bicentenario como los actores principales se ha estabilizado.
La viralización fue un resultado directo de la mutación de mensajes conforme pasaban de red en red, junto con el descarte de los mensajes que no eran relevantes para una red determinada. Si un mensaje no tiene impacto dentro de una red, no se reproduce; si el mensaje tiene efecto, puede ser reproducido con o sin mutación. Una mutación puede ser tan simple como el compartir un mensaje por parte de una persona que tiene reputación dentro de una red, y por lo tanto capacidad de influencia; o la transformación completa de un mensaje por un comentario que permite que sea reinterpretado completamente. En algunos casos, un mensaje divergente propuesto desde el gobierno usurpador plantea una interpretación de los acontecimientos: es recogido por la oposición, comentado para volverlo convergente a la narrativa contra golpe, y lanzado a las “redes”: esta mutación penetra redes como lo no habría logrado el mensaje original.
Con el aumento de las mutaciones, la tasa de reproducción de los mensajes convergentes, entendidos como una narrativa específica, aumenta cada vez más, y la tasa de ataque con ella. El resultado es que toda la población susceptible termina siendo infectada, y el mecanismo que queda es salir de dicha población: ahí es cuando algunas personas abandonan “amistades” de Facebook, para evitar ser expuestos a un contagio que no les interesa.
Es la prueba de la potencia de lo que se llama acción conectiva: la acción que resulta de conexiones entre redes de vínculos débiles, como las creadas en Facebook o Instagram, no de organizaciones orientadas a la acción política, sean partidos, movimientos o similares. Sin liderazgo, sin estructura, sin recursos, los millones de peruanos que de una u otra forma se manifestaron en ese plazo tan crece lo hicieron porque sintieron de pronto que su malestar era viable, en la acumulación de señales que se enviaba desde las capacidades que cada uno tenia a su disposición.
Como Tufekci ha mencionado antes, la acción precede al movimiento. La reacción espontánea fue canalizada, amplificada y potenciada por la diseminación viral de mensajes que penetraron las distintas redes sociales, ante los cuales los golpistas no tenían como ofrecer una contra narrativa. La convergencia de distintas versiones de lo ocurrido incluyó, como suele suceder, confusión y datos errados (como la atribución de una identidad incorrecta a uno de los fallecidos). Pero la imposibilidad de controlar la protesta por medios represivos era solo la confirmación que el gobierno golpista carecía de herramientas discursivas para imponerse en el terreno político. Todas las señales que envío fallaron porque, acostumbrados a la comodidad de reforzar sus sesgos cognitivos con fake news creadas por ellos mismos, los reaccionarios que controlaban (apenas) el estado no podían plantear nada que convergiera con la opinión de la ciudadanía. Décadas de divergencia los dejaron incapaces de actuar.
Es importante decir que la divergencia no era discursiva, sino política. Como se ha mencionado antes, los grupos detrás del golpe nunca tuvieron como construir posiciones políticas, o capacidades persuasivas y de movilización, a partir de sus verdaderos intereses; ejercieron el poder a través de la captura de espacios estatales o del aprovechamiento de vacíos de poder. Cuando tuvieron el poder formal en sus manos, la falta de legitimidad de las acciones que acometieron para llegar ahí los dejaron desvalidos. Sus señales (el terruqueo, el reclamo de manipulación, la acusación de “jóvenes ingenuos” o de gente que actuaba previo pago) solo servían para reforzar la divergencia narrativa.
Ante ello, la potencia de los medios sociales era crear cohesión entre actores dispersos, contrarrestando cualquier intento de cambiar el curso de la discusión política, usando para ello narrativas convergentes. Cada grupo, incluso cada individuo, usaba los medios para enviar señales muy diversas, que descansaban tanto en la legitimidad de la protesta como en la ilegitimidad de la represión. El contagio viral ocurrió gracias a esta multiplicidad de señales; las distintas redes fueron penetradas y contagiadas gracias a que no se requería que la ciudadanía aceptara una sola narrativa, sino tan solo los puntos salientes y convergentes de las muchas narrativas que reforzaban la legitimidad de la protesta.
El ciudadano que recibía múltiples mensajes convergentes aceptaba la parte que se veía como común, descartando con facilidad los aspectos que, en la intensidad de la situación, podían ser incomodos. Solo una oposición profunda, una coincidencia completa con la perspectiva pro golpista, podía permitir que se escogiera los aspectos divergentes y se aceptara que la protesta no era legitima, puesto que para ello era necesario aceptar que el golpe era legítimo. Para los pro-golpe, o para los indiferentes, la situación requería mucha mayor comodidad con lo que estaba pasando; para los contra golpistas, se podía sentir coincidencia sin necesidad que esta fuera completa.
Es más, podemos decir que una suerte de efecto doppler hace que uno perciba de distintas maneras lo que los demás están haciendo, a partir de la posición relativa que tenemos respecto a las señales que cada participante emite. Así como el sonido parece cambiar cuando la fuente del mismo se mueve, cuando nos vemos expuestos al proceso de mutación estamos experimentando una percepción de la realidad que necesariamente se deforma por la perspectiva. Las señales del movimiento en las calles son vistas de una manera en el momento que ocurren pero la distancia las apacigua; mientras más lejana en lo personal, la fuente de los mensajes es vista de distinta manera, a veces más, a veces menos confiable, pero es una construcción desde la percepción, no desde la certeza sobre la confianza que alguien merece.
(sigue en 4).