El conflicto por Ucrania parece incomprensible desde la distancia que separa al Perú de los acontecimientos internacionales. Ciertamente, desde América Latina no solemos intervenir en las grandes peleas geopolíticas, sino apenas como comparsas. Los golpes anti izquierdistas de los años setenta, el apoyo a los contras nicaragüenses, el bloqueo a Cuba, solo tenían sentido en el contexto mayor de la guerra fría. Desaparecida esta, no quedaba razón para ninguno de estos conflictos, salvo el caso de Cuba por la presión de la comunidad de emigrados en Florida.
Los espectros socialistas que sirvieron a las dictaduras de Venezuela primero y ahora Nicaragua no presentan un argumento ideológico significativo en un contexto mayor. Nadie ve a Venezuela como un bastión revolucionario más allá de nuestra región, y ahora, en medio del colapso económico, solo sirve como capote de torero para azuzar a los ingenuos que aún creen que el castro chavismo es algo más que una ilusión imposible.
Pero el caso ucraniano, alineado con las transformaciones políticas en China, deja en claro que la post pandemia nos va a traer un mundo mucho más complejo, mucho menos inclinado a cooperar, que el que existía antes. Problemas fundamentales como la emergencia climática, de por sí difícil de enfrentar como problema global, estarán más lejos de nuestro alcance porque el bloque más bien difuso entre China y Rusia no tendrá incentivos para facilitarle las cosas a la Alianza Atlántica, esa de los poderes asentados en la post guerra de 1945.
En un mundo gruesamente bipolar pero con una economía mucho más integrada, los conflictos serán distintos a los que vivíamos en los años previos al colapso de la Unión Soviética. Pero incluso, más allá de los efectos colaterales de las tensiones globales, traducidas en golpes de estado, en América Latina nunca sentimos que seríamos víctimas de una guerra nuclear.
La crisis climática en cambio, será de efectos continuos y constantes pero a lo largo de muchos años; las soluciones no están claras, ni a nivel técnico ni institucional. La urgencia de tomar en serio el problema no termina de registrarse ni en la población, ni en las élites políticas, ni mucho menos en las sedes de los poderes en conflicto. En un mundo realmente asustado por la emergencia, nadie estaría jugando con las vidas de los ucranianos para tratar de restablecer el orden pre-caída del muro de Berlín: se estaría actuando para salvar a la civilización humana.
Como enfrentar estos problemas realmente globales es un desafío inmenso para el Perú. Lástima que no sepamos salir de las peleas insignificantes en vez de mirar lo que debemos hacer, y lograr que otros hagan, para salvarnos todos.